En los caminos de la santidad


El cardenal don Ciriaco-María inauguró con su fecundo apostolado en Toledo un nuevo siglo, lleno de esperanzas y dificultades. Fue en todo tiempo un hombre actual. Dotado de una gran sensibilidad humana, el espíritu le prestó sus alas para captar en cada momento las necesidades de los hombres.

Hacía poco tiempo que Su Santidad León XIII sorprendió al mundo con una gran Encíclica: la “Rerum Novarum”. Hacía mucha falta en la Iglesia. A pesar de su modernidad y de su necesidad en los atardeceres del “siglo de las luces” no siempre fue bien comprendida ni aceptada en la Iglesia. El Cardenal Sancha sí. Él fue un pionero de la acción social. Porque era un hombre de Dios. Porque sabía bien hacia donde caminaba. Porque tenía bien claras las metas de la santidad.

Le pasó al Cardenal Sancha lo que a los profetas del Antiguo Testamento. Fueron los hombres de Dios, los centinelas, los voceros de Yahvé, instrumentos fieles en sus manos. Pero, quizá por eso mismo, escasamente comprendido y poco estimado. Y una singularidad característica del ministerio profético es la incidencia certera de la predicación y de la acción del hombre. En Cuba, en Madrid, en Ávila y en Toledo la acción del Cardenal Sancha fue certera, evangélica, trascendente, pero enraizada en los problemas vitales de cada momento.

Alguna vez escuché de labios de un insigne Prelado de la Archidiócesis de Toledo, el Cardenal Pla y Deniel, de santa memoria, fervientes elogios a la persona y la labor del Cardenal Sancha. Le había conocido en Barcelona y después le sucedió en dos sedes episcopales: Ávila y Toledo. A través de testimonios orales y de la abundante documentación escrita de sus respectivos pontificados vio siempre al hombre práctico, expedito en sus métodos, trabajador infatigable, entregado con ilusión de enamorado a las tareas del cuidado pastoral de su diócesis.

El pueblo fiel le vio siempre como un Padre. Se acostumbró pronto a ver la frágil figura del Cardenal Primado por las calles y rincones apartados de Toledo, dando limosna a un anciano, alentando en la formación de sus hijos a una pobre familia, o alegrando la infancia de algún chaval. Las florecillas de Francisco de Asís tomaron cuerpo en las retorcidas callejuelas de la ciudad imperial por arte y gracia de un Cardenal pequeño de cuerpo y grande de espíritu. Nos dice que abundaba en buen humor. Y que lo repartía con largueza en las visitas pastorales y en sus encuentros frecuentes con la chiquillería que le esperaba en los aledaños del palacio arzobispal. Que era acogedor y bueno, interesándose por cada persona. Que rezaba mucho. Que era un hombre de Dios.

Se me viene frecuentemente al pensamiento la figura del Cardenal Sancha cuando leo en los documentos del más resiente Concilio de la Iglesia: “En la Iglesia todos, lo mismo quiénes pertenecen a la Jerarquía, que los apacentados por ella, están llamados a la santidad... que se manifiesta y debe manifestarse sin cesar en los frutos de gracia que el Espíritu produce...”

D. Antonio Sainz-Pardo Moreno
Fue Vicario de la Diócesis, Colaborador de Cardenales desde Pla y Deniel y Chantre de la S.I.C.P.

Boletín Informativo de la Causa de Canonización - diciembre de 1984