1. Lo que dicen de él.
A raíz de la muerte del Cardenal Sancha, brotaron por todas partes los elogios y alabanzas a la vida y a la obra del recién fallecido.
Así fue juzgado en el Senado: El Presidente le calificó como “uno de los Príncipes –de la Iglesia- más esclarecido...”. El Obispo de Madrid-Alcalá dijo que él había sido “un modelo ejemplar de Prelados ilustres, y un ejemplo clarísimo de virtudes pastorales”. Al Conde de Casa-Valencia le “encantaba cuando le oía hablar de los numerosos monumentos artísticos y científicos en Toledo; y entonces tenía ocasión de entretenerme de las gestiones que constantemente hacía”.
En la Catedral Primada durante la predicación en uno de los funerales, el Canónigo Magistral puso de manifiesto “los hechos prácticos con que vivía heroicamente la caridad”.
Todos los elogios se centran en las grandes gestas y obras de celo, de caridad pastoral y de gobierno prudente y vigoroso. La Revista “Blanco y Negro” en una breve y jugosa apología le califica como una de las primeras figuras de la Iglesia, admirado de todos por su valor y virtudes.
2. Lo que guarda el silencio.
Al narrar la vida de estos hombres eminentes, todos los biógrafos siguen el mismo esquema: destacar, sobre todo lo llamativo y solemne, que realizaron durante unos días de su vida. Y callan el ajetreo diario, monótono y oculto, silencioso y sin historia. Cuentan las grandezas. Callan las realidades profundas. Más que los hechos aislados, interesa el gesto corriente de los días sin espectadores y sin comentarios. La batalla de la santidad se libra en el corazón de los hombres y de su resultado sólo Dios tiene un conocimiento perfecto. Lo más importante de la vida del Cardenal Sancha nunca se narrará, porque de su realización no hubo espectador ni testigo. Ha quedado a solas con Dios.
Al hombre vulgar, lanzado a lo exterior, le interesa hacer mucho, muchas cosas. Pone el acento en la cantidad. El hombre de Dios se fija en la calidad de cuanto emprende; hace con la misma intensidad lo que nunca romperá la barrera del anonimato, que aquello otro que esté expuesto a loa contemplación de la multitud.
3. El secreto de la vida de un hombre de Dios.
Cuesta caer en la cuenta de que el valor verdadero de una vida no depende de lo que hace; sino de cómo se realiza; y eso no suele trascender. Esa es la tarea del hombre de Dios: convertir en endecasílabos la prosa monótona de cada día; descubrir ese algo divino que se encierra en las situaciones más comunes. Todo lo que hizo el Siervo de Dios tiene una resonancia especial por ser el Cardenal Primado de España; pero lo que realmente da la medida de su valor es la calidad con que lo llevó a término. Nadie sabe cuánto mereció su quehacer diario, insignificante en apariencia y normal. Todo depende de la calidad de su administración. La gracia de Dios en cada alma no tiene historia, y sin embargo es el secreto de la santidad de cada vida. Ese es el secreto, lo más importante. Lo más sublime de la vida del Sr. Cardenal nunca se conocerá; por encima de todo lo demás es lo que da la medida de su grandeza ante Dios.
D. Evencio Cófreces Merino
Fue vicario judicial del Arzobispado de Toledo y deán del Cabildo de la S.I.C.P.
Boletín Informativo de la Causa de Canonización - diciembre de 1983