Hay en la vida del Cardenal Sancha un dato curioso que llama la atención; su nombre compuesto. Nacido en circunstancias nada prometedoras, dice su biógrafo el P. Isidro Herrera, tuvo que ser bautizado con el “agua de socorro” inmediatamente porque la vida del niño peligraba por instantes. Al día siguiente, 19 de junio de 1833, el párroco de Quintana del Pidio, su pueblo natal en la provincia de Burgos, completaba las ceremonias del bautizado apresurado con la imposición de los Santos Oleos y el nombre: Ciriaco; el del santo del día, como mandaban las buenas costumbres.
Es a partir de su elevación al episcopado cuando aparecen sus escritos avalados con dos nombres estrechamente unidos, Ciriaco- María, expresando así la gran devoción que, desde niño ante la imagen de la Virgen de los Olmos, profesó a la Madre de Dios.
Se me ocurre pensar el susto mayúsculo que debió deparar al nuevo don Ciriaco la noticia: le nombran obispo. Para santificar, enseñar y regir la parte del pueblo de Dios que se le encomendaba; debió pasar serios apuros por el temor a lo que se le venia encima. Y seria entonces cuando, al recordar la conversación de Barac y Débora (Jueces 4, 4-10)., acudirá a la Señora con suplica profunda: “Si vienes conmigo, voy;pero, si no vienes tú, yo tampoco iré”. Y el futuro obispo recordará, como dichas a él, las palabras de aquella mujer, figura de la Virgen: “Iré, si, iré contigo; y no será gloria tuya la expedición que vas a emprender”. Consolado y alentado don Ciriaco emprendió la marcha que sería dura. Lo de menos eran los honores; lo importante, que no estaba solo; eran Ciriaco y María.
Y también le fue al buen obispo, que tuvo siempre gran interés por inculcar a sus fieles y a las religiosas por él fundadas una devoción profundamente vivida a la Señora, a la vez que las obras de caridad que tanto prodigó don Ciriaco-María con los mas necesitados.
Al Cardenal Sancha le cupo la satisfacción de organizar en Toledo las celebraciones jubilares de aquel Año Mariano -1904- con motivo del cincuentenario de la Inmaculada Concepción. Veintiún años contaba cuando el Papa Pio IX definía el dogma en la mañana fría del 8 de diciembre de 1854; era ya estudiante de Teología por aquellas fechas y pudo gozar con las precisiones de la Bula “Ineffavilis Deus”.
Ahora, ya pasados cincuenta años y Cardenal-Arzobispo de Toledo desde 1898, tenía que hacer vibrar a sus fieles con manifestaciones de amor, veneración, invocación e imitación a la Reina de los cielos y tierras. Conocía bien como los toledanos acuden a la Madre con el amplio abanico de advocaciones: Sagrario, Esperanza, Salud, Valle, Estrella, Montesión, Paz, Cabeza, Rosa, Guía, Remedios, Bastida...A muchas de sus fiestas había acudido él en persona. Quiso que aquel Año Mariano marcara un hito en la vida de sus diocesanos. Publico una carta pastoral animando a todos a beneficiarse de los bienes espirituales y a honrar a la Santísima Virgen María. Recomienda las visitas colectivas a los santuarios y organiza peregrinaciones a otros tantos: el 15 de mayo diez mil toledanos marcharon desde San Juan de los Reyes acompañando a la Virgen del Valle hasta su ermita; don Ciriaco-María con ellos; dieciocho arcos esperaban el paso de la comitiva. El 11 de septiembre, el Talavera de la Reina, ante la Virgen del Prado, miles de fieles participan en la procesión calificada como “espléndida por la suntuosidad, la reverencia y recogimiento”. Ocho mil peregrinos se concentraron en Guadalupe, con el Cardenal y otros Prelados y autoridades, para festejar a la “Morenita de las Villuercas”, en otro momento de su pastoreo toledano.
Son datos de una vida: la de un hombre que quiso caminar siempre con la compañía imponderable de Santa María.
Monseñor Juan García-Santacruz Ortiz, fue obispo de Guadix-Baza
Boletín Informativo de la Causa de Canonización - septiembre de 1988