Alfonso XII echó definitivamente el cierre sobre aquel lamentable cisma. En los días inmediatamente posteriores se produjo la designación de los dos sacerdotes «confesores», Orberá y Sancha, para una nueva misión eclesial; serían llamados al episcopado: don José como obispo de Almería y don Ciriaco como obispo auxiliar del cardenal primado Moreno Maisonave, que sentía necesidad de la ayuda de un obispo auxiliar para gobernar la diócesis más extensa de España, Toledo. A ella se sumaba la capital del Reino, Madrid, no erigida aún como diócesis y en la que debía desarrollar principalmente su ministerio el obispo auxiliar.
Quedaban atrás casi catorce años de fecundo apostolado y trayectoria rectilínea. Todos lamentaban su partida; sus hijas las primeras; los pobres, apenados, lloraban la marcha de su padre y protector. Don Ciriaco, con lágrimas en los ojos, abandonaba Cuba para seguir dando lo mejor de sí en el seguimiento de Cristo y en la ofrenda por la Iglesia. Tenía cuarenta y dos años.
El 12 de marzo de 1876 Sancha y Orberá eran consagrados en la colegiata de San Isidro en Madrid. Don Ciriaco añadía a su nombre el de María, debido a su devoción mariana. Justo al día siguiente era nombrado superintendente general de las religiosas de todo el Arzobispado. Asimismo se le facultaba para ejercer todos los actos pontificales en la diócesis y administrar los sacramentos, sobre todo el de la confirmación. Ejercería su ministerio especialmente en Madrid. A todos sorprendió con su lugar de residencia: la humilde casa que las capuchinas tenían para su capellán.
Don Ciriaco María emprendió la visita pastoral. Méntrida, Almorox, Paredes, La Aldea, Nombela, Escalona, El Casar, Pelahustán. Navalmoral, Espinoso del Rey, Alcaudete, Membrilla, Las Herencias, Belvís de la Jara, Aldeanueva de Barbarroya, La Estrella, Campillo, Mohedas, Alía... fueron testigos de su jovialidad y celo apostólico. Los caminos no eran fáciles de transitar; a su pobre pavimentación se unía el pillaje de los bandidos que poblaban la sierra. Gracias a su trato sencillo y bondad de corazón, también al prestigio que le daba haber defendido la causa de la Iglesia en Cuba, se ganó las simpatías de todos.