03. Sacerdote de Jesucristo


El joven Ciriaco, con diecinueve años, encaminaba sus pasos hacia el Burgo de Osma, cabeza de la diócesis. Partía hacia lo desconocido. En Quintana del Pidio quedaban no sólo su padre y hermano; en su cementerio reposaban los restos de aquéllos a quienes tanto había amado. Sentía un desgarrón en su alma. Cerraba definitivamente una puerta, pero Dios abría otra y le pedía encaminarse hacia donde Él le condujera.

Burgo de Osma, ciudad pequeña y revestida de leal nobleza castellana, en ella discurrirían los siguientes años de Ciriaco. Tras realizar un examen de ingreso en el seminario, fue admitido a la carrera abreviada de teología. Pero su mente abierta y su disposición para el estudio movieron a los superiores a becarle para seguir el curso de la carrera completa. Sus calificaciones brillaron considerablemente durante los años que duró su formación.

En el seminario se acostumbró a un régimen de convivencia y disciplina religiosa tendente a profundizar no sólo en los estudios eclesiásticos, sino en un estilo sacerdotal que, de manera progresiva, fuera impregnando su persona de virtud y sabiduría.

En este ambiente Ciriaco ahondó en la belleza de la vocación sacerdotal y en las graves exigencias que le aguardaban en un futuro cada día más cercano. Tras recibir las órdenes menores de ostiario, lector, acólito y exorcista, así como el subdiaconado, la meta del sacerdocio se acercaba. Así sucedió: el 27 de febrero de 1858 fue ordenado sacerdote.

Se obraba una misteriosa transformación en esa alma joven, que se convertía en sacerdote de Jesucristo, sacerdote por toda la eternidad... A los cinco días Ciriaco cantó su primera misa en Quintana del Pidio. «Me acercaré al altar de Dios..., al Dios que alegra mi juventud». Resonaba por primera vez desde ese altar la voz del joven sacerdote. Un silencio reverencial y expectante envolvía el bello y antiguo templo. Alguien muy especial faltaba: su amada madre. Una lágrima de nostalgia y de eternidad cayó por la mejilla del joven sacerdote.

Pero había que partir... Dejando a sus espaldas su pueblo, concluyó los estudios de bachiller en Teología con notas brillantes. Tanto, que le posibilitaron alcanzar el grado de licenciado en Salamanca.

De regreso al Burgo de Osma, asumió las cátedras de teología dogmática y moral, lo cual compatibilizó con la predicación en distintas parroquias. En cinco años despuntó la figura de un hombre de Dios, fino conocedor de almas, apóstol fiel de Jesucristo.