02. Humilde cuna


Quintana del Pidio, tierra de viñedos en la zona burgalesa regada por el Duero, corazón de Castilla... Es el pueblecito que, a pocas leguas de Aranda, vio nacer a Ciriaco Sancha y Hervás. Era un 18 de junio de 1833. Llegaba al mundo en el seno de una familia muy humilde de labriegos. Su padre, Ambrosio; su madre, Baltasara. Siete hijos nacieron de aquel matrimonio, pero sólo dos, Gabriel y Ciriaco, alcanzarían la ancianidad. Su infancia discurrió como la de cualquier muchacho de un pueblo castellano, alternando las clases en la escuela con el correteo por las callejuelas, o el asalto a algún huerto con otros rapazuelos, el divertido trillar en la era, la asistencia al Catecismo, el oficio de monaguillo o el bailoteo de la jota en los días de función.

A medida que fue creciendo, se introdujo paulatinamente en los oficios agropecuarios. Había que ayudar en casa. Cuando Ciriaco cumplió diez años, murió su madre. A partir de ese momento sería su hermana Justa quien tomase la responsabilidad materna. Pero, transcurridos tres años, también ella voló a la Casa del Padre; tenía veintiséis años. Un nuevo y duro golpe recibía el ya adolescente Ciriaco, que aprendió a templar el corazón en el troquel del sufrimiento. Miraba al cielo: allí aguardaban, para un día fundirse en abrazo eterno, sus seres íntimos.

Ya por entonces Ciriaco mostró no sólo habilidad en las tareas de su padre –especialmente en el oficio de esquilador y herrador– sino también capacidad para los estudios. Muy posiblemente manifestara cierta inclinación hacia el sacerdocio, vocación muy familiar en aquel ambiente de honda religiosidad. El caso es que su párroco comenzó a darle clases de latín, que fueron complementadas por las que le impartió el maestro del pueblo sobre gramática y humanidades.

El duro trabajo del campo, unido a la pérdida de sus seres más queridos, dieron como resultado una personalidad madura y bien dispuesta para afrontar una nueva etapa. Aprovechando que su padre se encontraba de labor en la cercana localidad de Peñalva, allá marchó para ayudarle. Compatibilizó el trabajo con las lecciones de latín que impartía el párroco del lugar. También aprendió el oficio de sastre. El joven progresaba en sus estudios y en su maduración personal; a tal punto, que el párroco solicitó su ingreso en el seminario de Burgo de Osma.

Ciriaco ya contaba con diecinueve años. El Señor se iba perfilando como el único lote de su heredad.