Mª Soledad Torres Acosta
D. CIRIACO Mª SANCHA Y HERVÁS Y LAS SIERVAS DE MARÍA
Las Siervas de María, Ministras de los Enfermos, hemos tenido la gran suerte de haber contado en momentos importantes y transcendentales de la historia del Instituto con la ayuda del venerable cardenal D. Ciriaco María Sancha y Hervás, figura egregia e influyente del episcopado español durante el siglo XIX y principios del XX.
1. EN CUBA ( 1875-1876)
D. Ciriaco María Sancha conoció a las Siervas de la mano de su gran amigo D. José María Orberá y Carrión del cual fue su fiel secretario y con quien compartió un sinfín de sufrimientos e incluso la cárcel durante el Cisma de Cuba (1870- 1875).
El 8 de marzo de 1.875 se estableció la primera Comunidad de Siervas en Santiago de Cuba llevadas por el Sr. Vicario General de la isla, D. José María Orberá. Las acababa de conocer en Valencia a donde había acudido a visitar a sus padres.
La Institución, fundada en Madrid el 15 de agosto de 1851, por D. Miguel Martínez y Sanz, cura párroco de Chamberí, era la primera congregación femenina nacida en la Iglesia con la misión del cuidado de los enfermos en sus domicilios; a la sazón llevaban ya 24 años de andadura pero la nueva fundación constituyó un gran revulsivo y la nueva amistad surgida de este encuentro, un salto cualitativo para la naciente obra.
Merece la pena resaltar la opinión que de las Hermanas poseía el Sr. Orberá, manifestada en una carta dirigida al P. Ángel Barra, director del Beaterio; dice así :
1. EN CUBA ( 1875-1876)
D. Ciriaco María Sancha conoció a las Siervas de la mano de su gran amigo D. José María Orberá y Carrión del cual fue su fiel secretario y con quien compartió un sinfín de sufrimientos e incluso la cárcel durante el Cisma de Cuba (1870- 1875).
El 8 de marzo de 1.875 se estableció la primera Comunidad de Siervas en Santiago de Cuba llevadas por el Sr. Vicario General de la isla, D. José María Orberá. Las acababa de conocer en Valencia a donde había acudido a visitar a sus padres.
La Institución, fundada en Madrid el 15 de agosto de 1851, por D. Miguel Martínez y Sanz, cura párroco de Chamberí, era la primera congregación femenina nacida en la Iglesia con la misión del cuidado de los enfermos en sus domicilios; a la sazón llevaban ya 24 años de andadura pero la nueva fundación constituyó un gran revulsivo y la nueva amistad surgida de este encuentro, un salto cualitativo para la naciente obra.
Merece la pena resaltar la opinión que de las Hermanas poseía el Sr. Orberá, manifestada en una carta dirigida al P. Ángel Barra, director del Beaterio; dice así :
“Los habitantes de Cuba han dispensado a las Siervas la mejor acogida; éstas a su vez, corresponden con ardiente caridad y fervoroso celo y Nos, no solamente las admitimos gustosos en esta diócesis, si no que tenemos un gran consuelo en contar con una comunidad tan observante y ejemplar. No dudamos, pues, en recomendar con el debido respeto y la más eficaz instancia cerca de la Santa Sede un Instituto tan propio para la época actual y que está llamado, según nuestro humilde concepto, a dar mucha gloria a Dios y a lograr por su medio la salvación de muchas almas”.
De un modo similar opinaba D. Ciriaco Mª. En el Boletín Oficial del Obispado de Ávila del 16 de diciembre de 1882 publicaron un artículo -siendo él Obispo de la susodicha sede- sintetizando su misión, válida en aquellos momentos y en la actualidad :
De un modo similar opinaba D. Ciriaco Mª. En el Boletín Oficial del Obispado de Ávila del 16 de diciembre de 1882 publicaron un artículo -siendo él Obispo de la susodicha sede- sintetizando su misión, válida en aquellos momentos y en la actualidad :
“el objetivo de las Siervas, es asistir a domicilio a los enfermos sin retribución alguna, al menos que la caridad de las familias a quienes prestan servicio las Hermanas den a éstas libremente alguna limosna. Estas religiosas llenan una gran necesidad en la sociedad y debiera haber una fundación en cada pueblo porque cuando hay enfermos sin familia que los asista o cuando ésta se halla fatigada y expuesta a enfermar también por mucha vigilancia y malas noches sin descansar ni dormir; cuando hay un pobre enfermo sin tener quien le dé un simple caldo ni un poco de agua y en tiempo de peste, cuando tanta repugnancia y temor hay de acercarse a los invadidos por la epidemia, allí acuden las Siervas, como ángeles de consuelo y de caridad vigilando día y noche a la cabecera del paciente... siendo un alivio para las familias y un motivo de dulce paz y de conformidad cristiana en los momentos de la aflicción y de la desgracia”.
2. EN TOLEDO (1876-1882)
En el año 1876, regresó Sancha a España y fue nombrado obispo auxiliar de Toledo con residencia en Madrid.
El futuro cardenal creía en la fuerza que podía dar a la sociedad la frescura del carisma que el Espíritu Santo había otorgado a la Iglesia en la persona de D. Miguel Martínez y Sanz, el inspirador del proyecto, y que estaba configurándose en torno a la figura de la madre Soledad y del padre Ángel Barra, un pequeño grupo de osadas Siervas las cuales se atrevían a plantar cara al dolor por los barrios madrileños y otras ciudades en aquellos tiempos de tanta penuria y pobreza asistencial.
Por eso, cuando estaba en Madrid como obispo auxiliar, apoyó las iniciativas puestas ya en marcha y presentadas por el cardenal Moreno, arzobispo de Toledo, en la Curia Romana para la aprobación de la Institución, pero medio empolvadas en los despachos vaticanos... Sancha era superintendente general de las religiosas en todo el arzobispado de Toledo y fue muy eficiente en su trabajo. En aquellos momentos, tanto su opinión como la de Orberá no cabe duda que pesaron mucho en la Curia Vaticana a favor de las Siervas.
También, en 1.876 Orberá es nombrado Obispo de Almería y allí también llevará a las Siervas, primero al barrio de Belén y posteriormente a otras zonas de su diócesis.
La Madre Soledad, cuando regresó a Madrid de aquella fundación, se encontró con la gratísima novedad de que el Papa Pío IX había aprobado la Congregación el 11 de julio de 1876: “La piadosa asociación pasa a ser una Congregación de votos simples, bajo la dirección de una Superiora General, salva la jurisdicción de los ordinarios según la forma de los sagrados cánones y constituciones apostólicas” .
Ambos obispos, junto al arquitecto D. Francisco de Cubas, se convirtieron en unos verdaderos ángeles protectores de las Siervas en aquellos días de especial dificultad. Fueron verdaderos animadores y promotores para que las Siervas procurasen una casa más capaz adonde pudieran acoger a las nuevas vocaciones que llamaban a sus puertas. Adquirieron un solar en el barrio de Chamberí. Y si, a la Madre Soledad le temblaba el pulso para poner la firma de compra del terreno, ahí estaba el animoso Sr. obispo Orberá desde Almería, impulsando y dando ánimos a la Madre fundadora.
El 7 de mayo de 1876 le escribía diciendo:
2. EN TOLEDO (1876-1882)
En el año 1876, regresó Sancha a España y fue nombrado obispo auxiliar de Toledo con residencia en Madrid.
El futuro cardenal creía en la fuerza que podía dar a la sociedad la frescura del carisma que el Espíritu Santo había otorgado a la Iglesia en la persona de D. Miguel Martínez y Sanz, el inspirador del proyecto, y que estaba configurándose en torno a la figura de la madre Soledad y del padre Ángel Barra, un pequeño grupo de osadas Siervas las cuales se atrevían a plantar cara al dolor por los barrios madrileños y otras ciudades en aquellos tiempos de tanta penuria y pobreza asistencial.
Por eso, cuando estaba en Madrid como obispo auxiliar, apoyó las iniciativas puestas ya en marcha y presentadas por el cardenal Moreno, arzobispo de Toledo, en la Curia Romana para la aprobación de la Institución, pero medio empolvadas en los despachos vaticanos... Sancha era superintendente general de las religiosas en todo el arzobispado de Toledo y fue muy eficiente en su trabajo. En aquellos momentos, tanto su opinión como la de Orberá no cabe duda que pesaron mucho en la Curia Vaticana a favor de las Siervas.
También, en 1.876 Orberá es nombrado Obispo de Almería y allí también llevará a las Siervas, primero al barrio de Belén y posteriormente a otras zonas de su diócesis.
La Madre Soledad, cuando regresó a Madrid de aquella fundación, se encontró con la gratísima novedad de que el Papa Pío IX había aprobado la Congregación el 11 de julio de 1876: “La piadosa asociación pasa a ser una Congregación de votos simples, bajo la dirección de una Superiora General, salva la jurisdicción de los ordinarios según la forma de los sagrados cánones y constituciones apostólicas” .
Ambos obispos, junto al arquitecto D. Francisco de Cubas, se convirtieron en unos verdaderos ángeles protectores de las Siervas en aquellos días de especial dificultad. Fueron verdaderos animadores y promotores para que las Siervas procurasen una casa más capaz adonde pudieran acoger a las nuevas vocaciones que llamaban a sus puertas. Adquirieron un solar en el barrio de Chamberí. Y si, a la Madre Soledad le temblaba el pulso para poner la firma de compra del terreno, ahí estaba el animoso Sr. obispo Orberá desde Almería, impulsando y dando ánimos a la Madre fundadora.
El 7 de mayo de 1876 le escribía diciendo:
“Si no tiene valor para firmar las escrituras, yo las firmaré, aunque no tengo una peseta, porque tengo una gran confianza en Dios”.
A continuación, daba instrucciones, para que su amigo Sancha obrase en su nombre. El solar se puso luego a nombre de las Siervas. La primera piedra fue bendecida por el obispo Sancha, el 18 de diciembre de 1880. Finalmente, el 22 de abril de 1883, se procedió a la inauguración de la misma. Para esas fechas él ya estaba en la diócesis de Ávila...
3. EN ÁVILA (1882-1886)
Las Siervas llevaban muchos días y noches de vela al lado de los enfermos, compartiendo sus penas y dolores, tejiendo bellas historias de amor y servicio, abriendo caminos nuevos de samaritanismo evangélico o modos diferentes de ejercer la caridad, rompiendo moldes en esa sociedad de finales de siglo XIX en que no era costumbre ver que mujeres consagradas ejercieran su apostolado fuera de sus conventos; y mucho menos pasaran las noches solas a la cabecera de los enfermos en sus domicilios particulares, prodigándoles ayuda técnica, material o espiritual como profesionales de la salud y consuelo cristiano.
Estar a la altura que pedían los signos de los tiempos en aquella sociedad que emergía al progreso de la industrialización y llegar a cubrir las necesidades de toda índole a los ciudadanos de las clases más desfavorecidas, era una de las tareas primordiales del inquieto Obispo.
Y lo mismo que hiciera su amigo Orberá, que había llevado a las Siervas a Cuba y después a su diócesis de Almería, a modo de preclaro ejemplo de caridad cristiana y motor de cristianización de la sociedad (comenzando por “la iglesia doméstica", expresión tan utilizada desde el Vaticano II para referirse a la familia), también quiso tener a sus Siervas en Ávila.
La madre Soledad confió plenamente en los planes del obispo. Y sin “ninguna provisión” llegaron a la ciudad de la santa castellana a hospedarse en el palacio episcopal, tal como se lo había pedido D. Ciriaco Mª.
Mientras las Siervas buscan casa y acomodo, el Sr. Obispo les ofreció su casa, sus habitaciones y su capilla para que pudiesen hacer sus rezos con toda libertad; les hizo sentar a su mesa, les fue presentando a las autoridades, a distintas familias e instituciones de la ciudad para que las fueran conociendo, situándose y formaran su propio ambiente.
4. EN MADRID (1886-1892)
En cuanto a la aprobación de las Constituciones, Sancha tuvo un papel muy importante aunque se precisase de un recorrido más largo en cuanto al tiempo de rodaje y experimento de las normas. El cardenal Moreno entregó a las Siervas, junto con el documento de aprobación de la Institución, el texto de las “animadversiones”.
El dossier añadido, consistía en una serie de observaciones a las cuales se debían de ajustar las Siervas para poder proceder a la aprobación de las mismas. Hay que considerar muy mucho que se trataba de una institución nueva en la Iglesia, lo cual requería dotarla de una normativa jurídica acorde con el referente de comunión eclesial. En estos momentos, Sancha como obispo auxiliar del cardenal Moreno y superintendente general de las religiosas, jugó un papel importantísimo en la puesta a punto de las Constituciones de las Siervas y un incentivo para su estricto cumplimiento. Él sabía cómo el entronque jerárquico proporcionaría al carisma de la institución esa savia de eclesialidad necesaria para su ulterior desarrollo; el sello de vivencia evangélica de una vida entregada y fecunda de cara a Dios y al servicio de los hombres.
Otro recuerdo emotivo de D. Ciriaco Mª que podemos evocar en estas páginas es la última vez que visitó a nuestra Madre fundadora siendo obispo de Madrid, en aquel momento solemne en que le administró el sacramento de la Unción de Enfermos pocos días antes de su tránsito al cielo (11 de octubre de 1887), sellando así una bella amistad cristiana y su solicitud pastoral hacia nuestra Fundadora e Institución.
Poco tiempo después, siendo la madre Josefa Díaz, segunda Superiora General, se celebró un Consejo General el día 28 de agosto de 1888. Lo presidió por D. Enrique Almaraz en calidad de visitador y delegado del Excelentísimo Señor Obispo Don Ciriaco María Sancha. Reunidas las superioras, “les dio a conocer algunos acuerdos tomados por él, referentes al bien espiritual de la Congregación. Uno de ellos hacía alusión a la duración del Noviciado, fijándolo en dos años. El primero se emplearía exclusivamente en perfeccionar el espíritu y atender a la educación literaria y aun social, bajo la inmediata inspección de su Maestra, y sirviendo el segundo para hacer su prueba en la asistencia”. Las advertencias del Prelado fueron muy bien acogidas por el sentir general de las hermanas. Es de notar su visión de futuro en dichas observaciones. Hoy en día de plena actualidad tras el Vaticano II.
Al año siguiente, el celoso prelado también instó a que se pudiese llevar a pleno cumplimiento el número de las constituciones relacionado con la profesión de los votos perpetuos, que decía: “Los cuatro primeros años serán temporales y perpetuos desde la segunda profesión, o sea desde la agregación formal de la Sierva al Instituto”. La ceremonia del primer grupo de Siervas (unas 20 superioras) en la que se emitieron los primeros votos perpetuos en el Instituto, fue presidida con gran fiesta por Almaraz, Visitador de religiosos de Madrid. Por la tarde se unió a la celebración monseñor Sancha, como presidente de la sesión del Capítulo General.
A continuación, daba instrucciones, para que su amigo Sancha obrase en su nombre. El solar se puso luego a nombre de las Siervas. La primera piedra fue bendecida por el obispo Sancha, el 18 de diciembre de 1880. Finalmente, el 22 de abril de 1883, se procedió a la inauguración de la misma. Para esas fechas él ya estaba en la diócesis de Ávila...
3. EN ÁVILA (1882-1886)
Las Siervas llevaban muchos días y noches de vela al lado de los enfermos, compartiendo sus penas y dolores, tejiendo bellas historias de amor y servicio, abriendo caminos nuevos de samaritanismo evangélico o modos diferentes de ejercer la caridad, rompiendo moldes en esa sociedad de finales de siglo XIX en que no era costumbre ver que mujeres consagradas ejercieran su apostolado fuera de sus conventos; y mucho menos pasaran las noches solas a la cabecera de los enfermos en sus domicilios particulares, prodigándoles ayuda técnica, material o espiritual como profesionales de la salud y consuelo cristiano.
Estar a la altura que pedían los signos de los tiempos en aquella sociedad que emergía al progreso de la industrialización y llegar a cubrir las necesidades de toda índole a los ciudadanos de las clases más desfavorecidas, era una de las tareas primordiales del inquieto Obispo.
Y lo mismo que hiciera su amigo Orberá, que había llevado a las Siervas a Cuba y después a su diócesis de Almería, a modo de preclaro ejemplo de caridad cristiana y motor de cristianización de la sociedad (comenzando por “la iglesia doméstica", expresión tan utilizada desde el Vaticano II para referirse a la familia), también quiso tener a sus Siervas en Ávila.
La madre Soledad confió plenamente en los planes del obispo. Y sin “ninguna provisión” llegaron a la ciudad de la santa castellana a hospedarse en el palacio episcopal, tal como se lo había pedido D. Ciriaco Mª.
Mientras las Siervas buscan casa y acomodo, el Sr. Obispo les ofreció su casa, sus habitaciones y su capilla para que pudiesen hacer sus rezos con toda libertad; les hizo sentar a su mesa, les fue presentando a las autoridades, a distintas familias e instituciones de la ciudad para que las fueran conociendo, situándose y formaran su propio ambiente.
4. EN MADRID (1886-1892)
En cuanto a la aprobación de las Constituciones, Sancha tuvo un papel muy importante aunque se precisase de un recorrido más largo en cuanto al tiempo de rodaje y experimento de las normas. El cardenal Moreno entregó a las Siervas, junto con el documento de aprobación de la Institución, el texto de las “animadversiones”.
El dossier añadido, consistía en una serie de observaciones a las cuales se debían de ajustar las Siervas para poder proceder a la aprobación de las mismas. Hay que considerar muy mucho que se trataba de una institución nueva en la Iglesia, lo cual requería dotarla de una normativa jurídica acorde con el referente de comunión eclesial. En estos momentos, Sancha como obispo auxiliar del cardenal Moreno y superintendente general de las religiosas, jugó un papel importantísimo en la puesta a punto de las Constituciones de las Siervas y un incentivo para su estricto cumplimiento. Él sabía cómo el entronque jerárquico proporcionaría al carisma de la institución esa savia de eclesialidad necesaria para su ulterior desarrollo; el sello de vivencia evangélica de una vida entregada y fecunda de cara a Dios y al servicio de los hombres.
Otro recuerdo emotivo de D. Ciriaco Mª que podemos evocar en estas páginas es la última vez que visitó a nuestra Madre fundadora siendo obispo de Madrid, en aquel momento solemne en que le administró el sacramento de la Unción de Enfermos pocos días antes de su tránsito al cielo (11 de octubre de 1887), sellando así una bella amistad cristiana y su solicitud pastoral hacia nuestra Fundadora e Institución.
Poco tiempo después, siendo la madre Josefa Díaz, segunda Superiora General, se celebró un Consejo General el día 28 de agosto de 1888. Lo presidió por D. Enrique Almaraz en calidad de visitador y delegado del Excelentísimo Señor Obispo Don Ciriaco María Sancha. Reunidas las superioras, “les dio a conocer algunos acuerdos tomados por él, referentes al bien espiritual de la Congregación. Uno de ellos hacía alusión a la duración del Noviciado, fijándolo en dos años. El primero se emplearía exclusivamente en perfeccionar el espíritu y atender a la educación literaria y aun social, bajo la inmediata inspección de su Maestra, y sirviendo el segundo para hacer su prueba en la asistencia”. Las advertencias del Prelado fueron muy bien acogidas por el sentir general de las hermanas. Es de notar su visión de futuro en dichas observaciones. Hoy en día de plena actualidad tras el Vaticano II.
Al año siguiente, el celoso prelado también instó a que se pudiese llevar a pleno cumplimiento el número de las constituciones relacionado con la profesión de los votos perpetuos, que decía: “Los cuatro primeros años serán temporales y perpetuos desde la segunda profesión, o sea desde la agregación formal de la Sierva al Instituto”. La ceremonia del primer grupo de Siervas (unas 20 superioras) en la que se emitieron los primeros votos perpetuos en el Instituto, fue presidida con gran fiesta por Almaraz, Visitador de religiosos de Madrid. Por la tarde se unió a la celebración monseñor Sancha, como presidente de la sesión del Capítulo General.
Posteriormente, el 22 de junio de 1889 emitieron los votos perpetuos otras 22 hermanas; las más antiguas de la Congregación, previa votación de admisión, siendo una de las del grupo la venerable sor Mª Catalina Irigoyen, cuyo proceso de beatificación está incoado. Poco a poco las Siervas fueron adquiriendo más madurez institucional e independencia; hasta la aprobación definitiva de las Constituciones, hecho que sucedió el 23 de Junio de 1898.
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El Cardenal Sancha rompía moldes cuando la gloria de Dios y el bien de la sociedad estaban de por medio. Estaba acostumbrado a superar obstáculos. Se crecía en la dificultad cuando se trataba de ser fiel a las directrices marcadas por la Santa Sede. Las Siervas le deben mucho al Cardenal, sobre todo ese marcado interés porque las Constituciones siguiesen fielmente las directrices de la Sagrada Congregación de Religiosos y lograran su aprobación pontificia aunque les costase vencer obstáculos y salvar algunas diferencias.
Con la perspectiva del acontecer de la historia, en el centenario de su partida al Padre, próximos ya a su beatificación, es un motivo más de gratitud al Señor por haber bendecido tan abundantemente a nuestra Congregación con el apoyo de tan venerable Pastor y Primado en el amor como lo fue D. Ciriaco María Sancha y Hervás.
¡Bendito sea Dios en todo y por todo!.
M. Ángela Bodego. (Sierva de María)