Religiosas de María Inmaculada



Vicenta María
López y Vicuña







EL CARDENAL SANCHA, PADRE Y "COFUNDADOR" DE LA CONGREGACIÓN DE RELIGIOSAS DE MARÍA INMACULADA.

La figura del Cardenal Sancha, es una de las piezas clave en el paso de la Pía Asociación de Hermanas del servicio doméstico a la Congregación religiosa fundada por Santa Vicenta María López y Vicuña en Madrid el 11 de junio de 1876 con el fin de dar continuidad y desarrollo a la obra apostólica y social iniciada por sus tíos, los hermanos Manuel María y María Eulalia Vicuña veintitrés años antes, el 8 de diciembre de 1853.

Es cierto que en la Congregación nunca se le ha dado formalmente el título de cofundador, ni él lo pretendió. No es menos cierto que por el afecto que nos profesó y por el interés que se tomó en todo lo concerniente a la vida de las Hermanas y al servicio apostólico a favor de las jóvenes más desfavorecidas le hace sobradamente merecedor del título y de nuestra gratitud.

A los cuatro años de ser ordenado sacerdote, en 1862 se trasladó don Ciriaco Sancha a Cuba como secretario del Obispo de Santiago.

Siendo secretario de Mons. Primo Calvo, Obispo de Santiago de Cuba, en el año de 1867, pasó don Ciriaco Sancha una temporada en España con ocasión del viaje a Roma, para la Visita “ad limina”. Fue entonces cuando tuvieron lugar los primeros contactos entre don Ciriaco Sancha, la familia Vicuña y la obra de las sirvientas, en la que tanto había de intervenir más tarde.

El día 30 de noviembre de 1867, don Ciriaco Sancha estuvo oyendo confesiones de las sirvientas, que al día siguiente tenían misa de comunión general en la iglesia de San Ignacio. Días más tarde, estuvo de nuevo en el Asilo, tan entusiasmado con la idea de la fundación que allí se proyectaba, que manifiesta a doña María Eulalia Vicuña, casi como un presentimiento del futuro, su convicción de que “algo hay de providencial en esta amistad” que ha nacido entre él y las personas que trabajaban en el Asilo de sirvientas.

Santa Vicenta María tuvo oportunidad de hablar largamente con don Ciriaco Sancha antes de que emprendiera su viaje de regreso a Cuba y de comentar sus proyectos para el futuro.

Unos meses más tarde, en marzo de 1868, la joven fundadora se retiró al Primer Monasterio de la Visitación de Madrid para hacer unos días de Ejercicios espirituales. Allí se confirmó su vocación, pero le quedaba aún una dura prueba hasta que su padre consintiera en autorizarla a dedicarse por completo a la obra a favor de las sirvientas. A finales del mes de mayo escribió a don Ciriaco Sancha haciéndole partícipe de su estado de ánimo y buscando su consejo y apoyo.

El 8 de julio, contesta D. Ciriaco Sancha desde Santiago de Cuba con una carta en la que pone de manifiesto su interés por todo lo que atañe a la obra apostólica, a la futura fundación y a la persona de Santa Vicenta María. Entre otras cosas escribe:

"No dudo que estaría V. muy a su gusto los días de ejercicios en las Salesas Reales; pues su corazón se hallaba en su verdadero elemento, y en esos recintos sagrados es donde se aprende la ciencia de amar a Dios y a nuestros próximos. ¡Ojalá que la hubiera sido posible el permanecer allí siquiera medio año! En un molde de esa especie se forman las ruedas mejor acondicionadas que se conocen para dar movimiento a las fundaciones religiosas.

 Me permito, con su venia, insistir en aconsejarla que no vuelva a casa de sus padres. Entre el atractivo de estos y la vocación que la ha concedido Dios ntro. Señor no veo fácil amistad ni concordia, y es preciso que sin dilación alguna opte V. por unos u otro. La elección no es dudosa y la tiene V. a la vista con toda evidencia. La permanencia suya en casa de sus padres la exponen a V. a una prueba demasiado dura ¿Se la ha prometido a V. el triunfo?... Dispénseme estas indicaciones, hijas del interés que me inspira la fundación, cuya base será V. con el auxilio de Dios.

Me alegro que D. José Pascual entrara en la Compañía. Para el asilo de sirvientas ha sido una pérdida, pero desde la Compañía le puede también favorecer, sino al presente, en lo venidero.

A los dignos tíos de V. les escribiré en otro correo, porque en este no me queda tiempo.

La remito a V. esta carta por el conducto de Isabel para que llegue con más seguridad a su poder.

Sabe V. que estoy dispuesto a complacerla en todo lo que se digne ordenarme y que deseo la prosperidad de las "Hijas del Santo celo" y bajo ese concepto disponga de este su atento servidor y Capellán que se encomienda a sus oraciones."

El nombramiento de D. Ciriaco María Sancha como Obispo auxiliar de Toledo con residencia en Madrid, fue como la luz verde que abrió el paso a la fundación de la nueva congregación religiosa.

Que Vicenta María no haya conseguido aún una casa, no le impide a él acelerar los acontecimientos, orientando todos los pasos hacia la imposición del hábito religioso, sin necesidad de esperar ni siquiera a realizar un proyectado cambio de domicilio.

Nombrado por el cardenal Moreno, superintendente general de las religiosas de todo el arzobispado, excepción hecha de los dos monasterios de la Nuestra Señora de la Visitación, el recién consagrado Obispo, don Ciriaco María Sancha y Hervás, a decir de Santa Vicenta María, se interesó mucho, desde luego, en darle el impulso que necesitaba.

Los meses de abril y mayo fueron de particular ajetreo en el Asilo de Sirvientas. La adaptación del vestido que usaban, al modelo y características del hábito que había de distinguirlas, las insignias propias de la nueva Congregación, el ritual para las ceremonias, el nombre por el que habrían de ser reconocidas, se añadieron al trabajo de atención y formación de las muchachas acogidas en el Asilo.

Vicenta María va y viene, consulta y observa. Don Ciriaco María Sancha encuentra siempre tiempo para recibir o visitar a la joven fundadora.

El día 6 de junio de 1876 presentó Vicenta María al Sr. Obispo Auxiliar, Superintendente de las órdenes religiosas en el Arzobispado de Toledo, una instancia y el modelo de hábito para su aprobación. D. Ciriaco María Sancha accedió gustoso a la súplica, y, sin previa consulta ni informe al Cardenal, ordenó se devolviese el hábito a la suplicante, y concedió el decreto, señalando para la imposición del mismo el día 11 de ese mismo mes.

Tres fueron, las que, siguiendo un sencillo ritual recibieron el hábito religioso de la nueva Congregación de manos del Obispo Auxiliar de Madrid. Eran las cuatro y media de la tarde del domingo de la Santísima Trinidad, cuando el Sr. Obispo, en el Oratorio de la casa número 8 de la plazuela de San Miguel, presidido por una imagen de la Inmaculada, entonando el “Veni Creator” que cantó un coro de niñas, dio inicio a una sencilla ceremonia a la que asistían al Sr. Obispo, el P. Hidalgo, su secretario D. Manuel Velasco y el Capellán de la casa D. José Pascual y García.

El Sr. Obispo Sancha dirigió una plática, en la que recordó el origen de la fundación y la trayectoria de aquella obra benéfica sostenida especialmente por la Señora fundadora, doña María Eulalia Vicuña y García, viuda de Riega. Habló de las tres virtudes que forman la esencia de la vida religiosa: la castidad, pobreza y obediencia. Recomendó el más ardiente celo y alentó, particularmente a las que estaban para vestir el hábito, con la consideración de que otros Institutos y órdenes religiosas muy importantes tuvieron principios humildes, y alguno con menos personas, y hoy tienen muchos santos en el Cielo y en los altares.

Familiares, amigos, bienhechores y allegados tuvieron noticia de que aquel día nacía en la Iglesia una nueva Congregación religiosa: las Hermanas del Servicio Doméstico de la Inmaculada Concepción. Todos lo supieron menos el Cardenal Moreno. Vicenta María puntualiza, al narrar el hecho, que dicho Sr. es muy poco amigo de nuevas Constituciones, y que el Sr. Obispo Auxiliar, en ausencia de su Eminencia, nos aprobó, puso el hábito e inauguró el Instituto, sin pensar siquiera que, antes de pasar a tan serios actos, debía dar cuenta al Sr. Cardenal.

En la primera visita que el Cardenal Moreno hizo a Madrid después de lo acontecido, la Madre Fundadora acompañada por una de sus compañeras fue a saludarle. El Sr. Cardenal, escribe Santa Vicenta María, se encontró con unas monjas nuevas, pero como ya estaba hecho, y su Eminencia es de un carácter muy bondadoso, lo sobrellevó, contentándose con algunas muestras de extrañeza, y con decirnos en tono jovial que “no nos conocía”.

También el Obispo Sancha se maravillaba después de lo sucedido, y reconoció siempre que fue una permisión de la Divina Providencia, porque, de no ser así, difícilmente se hubiera dado el paso; y solía decir que “nosotras no hemos entrado por la puerta, sino por la ventana”.

D. Ciriaco María Sancha no sólo demostró sino que manifestó siempre una predilección especial por la Congregación. Años más tarde, en carta a Santa Vicenta María, escribe:

"Dios nuestro Señor le pague tan bondadoso recuerdo y derrame sobre esa mi predilecta Congregación, que por disposición divina V. dirige y forma, todo género de dones y bendiciones, y haga a todas las Hermanas muy santas y perfectas, como diariamente yo se lo pido en el Santo Sacrificio."

Y en otra ocasión afirma :

"Yo no puedo desentenderme ni olvidar esa Obra, que nació por un milagro y separándose del camino ordinario que siguen las demás fundaciones; y Dios me dice que estoy obligado a hacer algo más por ella, como lo está un padre con un hijo suyo, a quien después de verle nacer, debe cuidar, regar [sic] y alimentar para que se agrande y se desarrolle."

Siendo Obispo de Ávila, don Ciriaco María Sancha siguió manifestando entrañable desvelo por Santa Vicenta María, por sus religiosas y por las jóvenes acogidas. Deseaba poder fundar una casa del Instituto en su diócesis; se preocupaba por la salud de la Madre Fundadora, y compartía con ella su inquietud por ofrecer a las jóvenes más pobres atraídas por la vida religiosa, la posibilidad de realizar su vocación libres de impedimentos económicos. Así lo expresaba en una carta escrita en Ávila en enero de 1884 :

"La invito para que venga V. con una Hermana a pasar unos días, o por lo menos tres, a este palacio, donde pueden estar con independencia, porque es muy grande, y ese tiempo hablaremos [196] de las cosas de Dios y de los bienes del Cielo, y puede servirles como de retiro espiritual. Pueden salir de ahí en tren mixto a las ocho de la mañana y llegar aquí a las 12 y media o una del día; o en el Express de las cuatro y llegan aquí a las nueve. D. Francisco Caruana y el Sr. Orti y Lara pueden darla noticias de la buena temperatura que aquí tenemos. Yo me alegraría mucho de su venida y tal vez se animara V. a fundar aquí una casita, siquiera fuera como una cabecita de ajos. Con eso me contentaría.

Ahora paso a darla cuenta de un proyecto que tengo entre manos y a pedirla su auxilio.

Viendo que hay tantas jóvenes con vocación para el estado religioso, en el cual no pueden entrar por no tener dote, compadecido de esas pobrecitas, que se hallan como el pez fuera del agua, he comprado cerca de Arévalo un terreno de 140 obradas, y pienso poner allí una Comunidad bajo la Regla de S. Benito, que viva con los productos de su trabajo, a manera de las trapenses.

Así pueden colocarse 50 jóvenes sin dote, y dentro de diez años serán ricas y podrán hacer muchas limosnas.

Participe V. a las Hermanas ese proyecto para que pidan a Dios que le bendiga, y procuren todas buscarme muchas jóvenes de buen espíritu y salud. Dígaselo también al Padre Hidalgo y al Sr. Méndez, a fin de que den salida a sus hijas de confesión y las proporcionen entrar en Religión, aunque sean pobres. Si esa fundación sale bien, de seguida principiaremos otra para mayor gloria de Dios.

Bendigo a V. Hijita mía y a otras esas Hermanas, y en mis oraciones acuérdense de su servidor"


Antes de que Santa Vicenta María alcanzara los cuarenta años de edad, era evidente en ella la huella de la enfermedad, del exceso de trabajo, de las preocupaciones y del peso de una Congregación que iba abriéndose paso lentamente. La falta de personal y la necesidad de poner demasiado pronto a las Hermanas en la vanguardia, hacia pesar sobre la Madre Fundadora no sólo el gobierno general del Instituto, sino el particular de las casas, dada la inexperiencia y escasa formación de las que están al frente de las comunidades y de los apostolados.

En 1886, con su traslado a la diócesis de Madrid-Alcalá , D. Ciriaco María Sancha volvió a ser providencia para el Instituto.

Bajo su presidencia se celebró el día 30 de septiembre de 1889, en la sala Capitular de la Casa-noviciado del Instituto, calle de Fuencarral n. 113 el Primer Capítulo General de la Congregación. Muy a su pesar no pudo presidir la ceremonia de votos perpetuos la Madre Fundadora el día 31 de julio de 1890, pero siguió con interés de verdadero padre los últimos meses de la vida terrena de una de sus hijas más queridas. Cercana ya la muerte de la Madre Vicenta María, el 13 de diciembre de 1890, Monseñor Ciriaco María Sancha y Hervás visitó a la Madre y se entretuvo con ella unas dos horas. Al salir de la habitación, visiblemente emocionado, confesó al P. Hidalgo :

"Padre mío, no saben bien las religiosas lo que pierden; en esa cabeza cabe medio mundo para gobernarle y otro medio para santificarle; ha derramado Dios en ella a manos llenas los tesoros de su sabiduría y su gracia."

A la muerte de la Madre Fundadora la orfandad de la Congregación no fue completa. Aquellas religiosas, que se habían sentido siempre guiadas por una especial providencia en medio de los más comunes acontecimientos de la vida diaria, les quedaba en Madrid para consuelo, ánimo y apoyo, aquél a quien junto con la Madre Fundadora, debían su existencia como Congregación religiosa : D. Ciriaco María Sancha y Hervás, Obispo de la Diócesis de Madrid-Alcalá.

Después de la muerte de la Madre Fundadora, el Cardenal Ciriaco María Sancha siguió siendo ‘padre providente’ para las Religiosas de María Inmaculada. No consiguió establecer una comunidad en Valencia pero se prodigó hasta el extremo para llevar a cabo una fundación en Toledo.

María Digna Díaz, RMI