Una Congregación para las más humildes... 1ª Trapa Femenina de España


Siendo Obispo de Ávila (1881-1886), en una época de feroz oposición por parte del estamento oficial hacia las Órdenes religiosas, un audaz y hermoso sueño tomó asiento en su mente. Su celo apostólico le impulsaba a buscar un lugar donde jóvenes sencillas, campesinas, llamadas por Dios, pudieran realizar su vocación.
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Conocía la vida que llevaban los Trapenses en Francia por haber tratado mucho con las comunidades de Blagnac y Santa María del Desierto cuando iba todos los años a tomar las aguas de Bartelu, y le entusiasmaba la idea de tener en su Diócesis una comunidad de monjas Trapenses (cistercienses reformadas). Como no era posible para las hermanas de Blagnac hacer una fundación en España decidió fundarla él mismo.
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El 29 de noviembre de 1883 escribió desde Ávila a una joven de Manila, Luisa Fernández Barbot, hija de D. Hermenegildo, Ministro Tesorero de las Reales Cajas de Filipinas, dirigida espiritual suya. Le comunicó su proyecto de fundación, proponiéndole ser la primera piedra de esa comunidad que observaría la Regla de San Benito y las Constituciones de las trapenses de Francia adaptadas a España.
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El día 5 de octubre del año 1884 en la hospedería del Palacio Episcopal de Ávila, frente al sereno valle de Amblés, Luisa recibía el hábito cisterciense de manos del fundador y estrena su cargo de primera abadesa. Así, a pocos Kms. de Arévalo, se levantó en Tiñosillos el primer Monasterio Trapense femenino de España, dedicado a Ntra. Sra. de los Ángeles.








Cinco jóvenes aspirantes esperaban este momento para incorporarse a la fundación y comenzar su andadura. Los comienzos fueron de un rigor increíble: pobreza, tierra árida y difícil de cultivar, clima duro y frío.
Las vocaciones aumentaron y aquel grupo de mujeres, conscientes de la elección de Dios para seguir a Cristo por el camino de la vida monástica, logran afianzar la fundación. En el 1914 se trasladó a Alloz, donde ha seguido floreciendo hasta hoy.

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"El Cardenal Sancha y la Comunidad de Tiñosillos-Alloz,
don de Dios para la Iglesia y la sociedad de su tiempo"

(Conferencia dada por la M. Rosa Santos Sánchez en el Acto con la Vida Consagrada celebrado en Ávila el día 24 de Abril de 2009 dentro de los Actos del Centenario de la muerte del Cardenal Sancha)

La elección de Dios

La historia de nuestra comunidad es la historia de la elección de Dios y su entrañable misericordia a lo largo de estos 125 años que vamos a celebrar en octubre próximo y que coincidirá, Dios mediante, con la beatificación del cardenal Sancha. Él fue el hombre providencial, elegido por Dios, para hacer realidad la fundación del primer monasterio trapense femenino en España en la segunda mitad del siglo XIX. “Hombre de Dios, de fe y piedad profundas, de gran celo pastoral, clarividente y sensible ante cualquier necesidad, recibió la llamada del Señor para hacer algo “nuevo” que, como levadura en la masa, contribuyera a la renovación espiritual de su Diócesis”.

Este acontecimiento es para nosotras ocasión de acción de gracias a Dios en primer lugar, a don Ciriaco María Sancha y a todas nuestras hermanas que, con su fidelidad heroica, hicieron posible esta obra. Tiñosillos supuso la encarnación de unos valores plenamente actuales, enriquecidos posteriormente por la integración de la comunidad en la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia y, últimamente, la renovación conciliar.

Para comprender la fundación de Nuestra Señora de los Ángeles de Tiñosillos es necesario situarse en el contexto socio-político y religioso español de finales del siglo XIX, el cual se ve agitado por diversas convulsiones, algunas de ellas reflejo de lo que sucedía en el resto de las naciones europeas. Se estaban viviendo las consecuencias de las guerras, las luchas ideológicas entre carlistas y liberales, la inestabilidad política con sus frecuentes cambios de presidentes, la desamortización de Mendizábal de 1835, y el materialismo y positivismo, “gran enfermedad de la sociedad actual”, como describía Sancha en una carta.

En este contexto, don Ciriaco María, entonces obispo de Ávila, se siente impulsado a fundar una comunidad de monjas trapenses. ¿Por qué trapenses? :

Él conocía muy bien la vida de la Trapa por sus frecuentes viajes a Francia, los cuales le permitieron visitar y conocer el monasterio de monjas trapenses de Blagnac, en el que llegó a entrar en la clausura, y el de monjes de Santa María del Desierto, ambos cerca de Toulouse, sintiendo gran admiración por esa forma de vida.

La vida sencilla de oración y trabajo manual de estas comunidades le atrajo fuertemente, considerándola muy apropiada para tantas jóvenes cristianas y piadosas que deseaban consagrar su vida a Dios, pero que la pobreza de medios familiares les impedía sufragar la dote que entonces se pedía. Esto hacía crecer su deseo de tener en su diócesis una comunidad de monjas trapenses.

Dada la situación política del tiempo, era impensable que monjas francesas viniesen a fundar a España o que jóvenes españolas fuesen a Francia para formarse en la proyectada comunidad; por esta razón él mismo decidió realizar la fundación en su diócesis, en unas circunstancias que desde nuestra perspectiva consideraríamos completamente anormales. Y, por otra parte, sentía la necesidad de fundar un monasterio que fuera lugar de oración, “hontanar secreto, desde donde llegase a todo el pueblo cristiano el “agua viva” alumbrada por las almas contemplativas”.

En aquella época la única comunidad trapense en España era la de los monjes de Getafe, que se trasladaron posteriormente al monasterio de La Oliva, en Navarra.

Siempre nos ha llamado la atención el hecho de que don Ciriaco María Sancha, no siendo él mismo monje, acometiera esta fundación; pero los caminos del Señor, muchas veces son desconcertantes para nosotros y él tenía una gran sensibilidad y admiración, como queda dicho, hacia la vida monástica. Estas y otras “consideraciones” le llevaron a…

“Erigir un monasterio para benedictinas trapenses bajo la advocación de Ntra. Sra. de los Ángeles, en donde pudieran ser admitidas unas cincuenta religiosas poco más o menos, siendo preferibles doncellas pobres de la Diócesis, si las hubiese con verdadera vocación y con las cualidades y condiciones que se requieren para una vida tan austera; y, con ese fin, mandó que se comprasen los terrenos necesarios en el término jurisdiccional de Tiñosillos en donde sería menor su valor por no haber los cuantiosos recursos que harían falta para adquirir tierras de mejor calidad”.

El documento está firmado por don Ciriaco María y su Secretario, don Julián Martín Cruz.

A medida que este proyecto fundacional se iba conociendo en las distintas diócesis a través de los Boletines Oficiales, se fue despertando el interés y el entusiasmo en muchas jóvenes que, bien directamente o a través de sus respectivos párrocos o directores espirituales, decidieron incorporarse a él con el deseo de seguir a Cristo por el camino de la Trapa, reuniéndose en torno a Sancha.

Llegados a este punto me pregunto cuáles fueron las claves del éxito de este “nuevo Monasterio”, puesto que en España ya existían monasterios de monjas Bernardas y de otras Órdenes. Creo que la respuesta está en que sin duda, Sancha, con un don especial, supo llegar al corazón de las jóvenes y transmitir unos valores espirituales que se estaban buscando, presentando la vida monástica como camino de radical seguimiento de Cristo y de vocación a la santidad; con la novedad de contar entre estos valores el del trabajo manual en el campo, como factor de armonía interior en la persona y medio de subsistencia, ya que en aquella época era normal en los monasterios de monjas vivir de las donaciones. No deja de ser significativo que don Ciriaco María señale esto en sus cartas.

En esta afluencia de jóvenes se encuentran relatos conmovedores que nos evocan las palabras de santa Inés a sus doce años: “Al que deseé ya lo veo; al que esperaba ya lo poseo; siempre te he amado, te he buscado, te he deseado, y ahora vengo a ti”. Sancha en una de sus cartas nos narra el testimonio de una niña de 13 años :

“Me hizo llorar cuando me refirió lo que le pasó con su padre. Se presentó a él muy humilde diciéndole con las lágrimas en sus párpados : padre mío, vengo a pedirle un favor y le ruego, por amor de Dios, que no me lo niegue. El padre al verla así parece que se sintió conmovido y le dijo: bien, hija, pídeme lo que quieras, pues sabes que te quiero. Pues bien, dijo ella, ruego a usted me dé su permiso y bendición para meterme trapense. El padre se asustó, se admiró y no acertaba a explicarse lo que decía su hija. Le dijo que lo pensara y después de tres días le cumplió la palabra de darle lo que quería, pero con mucho sentimiento”.

Y añade :

“El Domingo estuvo ya con las otras postulantes y ciertamente que su cara revela que la vocación le viene de Dios”.

Esta niña que estuvo como educanda hasta los quince años murió en Alloz en 1934 a los 63 años. Otro relato recogido en las Crónicas de nuestra comunidad describe, unos meses más tarde (ya en el monasterio), el testimonio de otra joven de quince años, que ante la firme resolución de su padre de llevársela, porque le parecía que pasaba necesidad en una vida tan austera, le dijo con firme resolución :

“Padre, si usted se empeña en llevarme lo hará, pero será llevándome arrastras, atada a la cola de la caballería”.

Y añade la cronista:

“El padre tuvo que desistir de su intento”.

Esta joven murió al año y medio después (Julio de 1886) a causa de una inflamación. Tenía 17 años. No fueron estos los únicos casos.

Lo que impresiona, tanto en las cartas de don Ciriaco María como en las Crónicas de la comunidad, es la alegría con que estas jóvenes emprendían este camino y la profunda espiritualidad con la que él las iba formando después de hacer un serio discernimiento. Fueron los verdaderos cimientos sobre los que se construyó la comunidad.

Para dar comienzo a esta fundación pensó en la señorita Luisa Fernández Barbot, dirigida suya desde los tiempos de obispo auxiliar de Toledo, a la que venía preparando para esta misión desde años atrás. Luisa había nacido en Manila (Filipinas) y era hija de don Hermenegildo Fernández, un gentilhombre de cámara de su Majestad el rey Alfonso XII, Ministro Tesorero de las Reales Cajas de Filipinas. Era una mujer de acreditada virtud, de muy raras dotes personales, y muy culta. Con fecha 29 de noviembre de 1883 Sancha le escribió desde Ávila, comunicándole su proyecto de fundación y “proponiéndole ser ella la primera piedra de este edificio espiritual cuya comunidad observaría la Regla de San Benito y las Constituciones de las monjas trapenses de Francia adaptadas a España”. Le decía textualmente :

“Le propongo un pensamiento que Dios ha puesto en mi alma y para cuya realización una voz secreta me dice que cuente con usted”.

En esa misma carta repite la misma razón para hacer la fundación :

“Estoy para comprar cien obradas de tierra, que es como si la dijera un campo tan grande como el Retiro de esa corte, para poner allí una comunidad de unas cuarenta o cincuenta jóvenes, de las muchas que hay que tienen vocación para el estado religioso y no pueden ingresar en él por falta de recursos para la dote. Esas pobrecitas almas se hallan fuera de su elemento, como lo está el pez fuera del agua, y a mí me da mucha pena que por no tener un poco de plata, se queden sufriendo en el siglo y corriendo los peligros que hay en él para la salvación. A eso obedece mi pensamiento; pero como el alma de una comunidad y de un Instituto es la Superiora que ha de formarla y gobernarla, Dios me inclina a volver los ojos hacia usted para el cargo expresado”.

Como hábil arquitecto, don Ciriaco María se ocupó de la construcción del monasterio, dirigiendo las obras y prestando atención a cada uno de los detalles. El día 10 de julio de 1884 se colocó la primera piedra del Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, en Tiñosillos para gloria de Dios nuestro Señor:

Para este solemne acto salieron de Ávila el Fundador Excmo. e Ilmo. Sr. Obispo Don Ciriaco María Sancha y Hervás, la fundadora Dª Luisa Fernández que se encontraba en Ávila, una postulante, Srta. Antonia Rodríguez y un Paje del Sr. Obispo.

“Al pasar por Tiñosillos, todo el pueblo salió a recibirlos, rodearon el coche echando vivas al Sr. Obispo. Éste, con su acostumbrada modestia, les tiró por la ventanilla cruces y medallas.

En Bohodón se hospedaron en casa del Sr. Cura y fueron visitados por las personas más cualificadas del pueblo. Su Excelencia parecía no acertaba a hablar de otra cosa que del Instituto que han de seguir sus amadas Hijas. El día siguiente celebró el Sto. Sacrificio dentro de la misma habitación en un altar portátil y después se fueron a ver las obras del nuevo Monasterio. Volvieron a comer a Bohodón donde se hallaban reunidos hasta el número de trece Sacerdotes y mucho gentío. A las tres de la tarde salieron de nuevo para la ceremonia, unos en carruajes y otros a pie. Al llegar al sitio destinado fueron recibidos con fuegos artificiales. Un inmenso gentío rodeaba las humildes chozas de madera que los albañiles habían hecho para su albergue, las cuales estaban adornadas con varias cruces, banderas blancas y encarnadas. En el lugar donde se había de colocar la primera piedra estaba una gran cruz encarnada con unas banderas blancas y azules a los lados.

El Sr. Obispo, revestido de pontifical, y la Fundadora se encaminaron al Altar mayor, sitio donde se había de colocar, en donde nuevamente fueron recibidos con fuegos artificiales. En el mismo instante un Notario escribió el acta de todo, que fue firmada por el Sr. Obispo y por los más principales de la comitiva. Luego se colocó en una caja de hoja de lata en la que el Sr. Obispo echó también una medalla de oro de San Benito, y alguna moneda algunos de los circunstantes. Esta caja bien cerrada y asegurada la colocó en el hueco de la piedra que ya estaba preparada, la que al momento fue colocada en el cimiento por el Fundador y la Fundadora.

Concluido esto, bendijo los cimientos y los roció con agua bendita. Entre tanto los Sacerdotes rezaron los salmos penitenciales. Luego dirigió una elocuente plática en la que explicó brevemente el fin que se proponía al edificar este Monasterio... regalándose con la idea que se formaba de sus futuras hijas, viéndolas elevarse a la perfección por medio del ejercicio de la oración alternada con el trabajo. Tal era su idea y el fin que le movía... También habló de las excelencias de esta Orden y de los muchos santos que en ella se formaron.

Últimamente, para dar fin a esta ceremonia, el Fundador y la Fundadora repartieron por sus manos doscientas libras de pan a los pobres que habían venido a honrar este tan solemne acto. El Señor premie con largueza a quien tan grande obra hace, como es la fundación de este Monasterio, y dé a las que le han de habitar, el espíritu de su ilustre fundador. Así sea”. (Crónica de la Comunidad)

En términos parecidos recogió el Boletín de la Diócesis una crónica que su corresponsal de Arévalo dirigió a “El Tostado”, periódico de la época.

El comienzo oficial de la fundación tuvo lugar el día 5 de octubre de 1884 en la capilla privada del Palacio Episcopal de Ávila. En una ceremonia sencilla, sin más testigos que dos pajes y una hermana suya, Luisa Fernández Barbot recibió el hábito cisterciense de manos del señor Obispo y fundador. Éste le entregó la Regla de San Benito y las Constituciones de las monjas trapistinas de Francia, adaptadas por él mismo a España y poniendo la comunidad bajo su autoridad episcopal. Al día siguiente cinco jóvenes aspirantes se incorporaron a la fundación y comenzaron su andadura; otras lo fueron haciendo en días posteriores. La madre Luisa fue nombrada abadesa de la nueva y pequeña Comunidad.

Mientras se construía el monasterio, el grupo vivió en las dependencias del Obispado. El 4 de enero de 1885 la comunidad se trasladó al monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles en Tiñosillos, ocupando las zonas ya terminadas pero que todavía rezumaban humedad. Esto no dejó de tener sus consecuencias en la salud, tanto de las hermanas como del fundador.

Una vez instalada la comunidad en el monasterio, don Ciriaco María y la madre Luisa emprendieron la labor de la formación espiritual, para lo que no ahorraron dedicación de tiempo y esfuerzos. Tuvieron como base y camino de vida la Regla de san Benito, la espiritualidad cisterciense y las Constituciones dadas por él. Los valores fundamentales que configuraron su vida monástica fueron los siguientes :

Una vida orientada radicalmente a Dios y centrada en Cristo
- envuelta en el silencio para vivir a la escucha de la Palabra de Dios
- centrada en la Eucaristía
- en comunión fraterna
- en austera sobriedad: “pobres con Cristo pobre”
- en trabajo manual y artesano

En todo este proceso formativo y de consolidación de la comunidad, el fundador se mostró siempre como un padre entrañable, pastor solícito, médico, maestro y administrador; aconsejando, animando, curando, enseñando, discerniendo, corrigiendo muchas veces, compartiendo alegrías y penas. Se expresa así en una carta :

“He ido modelando poco a poco vuestro espíritu y vuestra inteligencia al fin propuesto de tener una comunidad de monjas trapenses, y os doy gracias en especial a la Rvda. Madre Abadesa por su colaboración a mis fines. He expurgado, por así decirlo, el grano malo del grano bueno para que haya entre vosotras solamente monjas dispuestas al divino servicio, como quiere nuestro padre san Benito, y especialmente dedicadas al silencio”.

Con su nombramiento como obispo de Madrid en 1886, la comunidad se vio desprovista de su ayuda directa y tuvieron que aprender a caminar solas, apoyadas firmemente en la Providencia de Dios. Aunque él, desde su nueva Sede, no dejó de acompañarlas, aconsejarlas y ayudarlas; pero siempre desde un gran respeto a su sucesor y una gran discreción. Siempre las llevó en su corazón. Una de las cartas, escrita desde Madrid, es como su testamento espiritual :

“Os dejo mi corazón, en primer lugar como símbolo de mi amor por la Institución y por todas y cada una de vosotras. Éste es mi principal testamento”.

Desarrollo de la Fundación

La consolidación y enraizamiento de la comunidad tenía que pasar necesariamente por el camino de la cruz. Fieles discípulas de Jesucristo, tenían que ser asociadas a su misterio pascual de muerte y resurrección; pues «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». Y la comunidad de Tiñosillos estaba llamada a ser muy fecunda en el seno de nuestra Madre, la Iglesia.

En primer lugar, la vida en la comunidad era muy dura, verdaderamente heroica. Aparte del régimen ya de por sí austero en la comida, el trabajo del campo en la también austera estepa castellana, la escasez de sueño, de medios, las condiciones nada adecuadas de habitabilidad de los edificios..., debieron de hacerles la vida muy difícil. Su situación debió de resultar demasiado precaria. Eran tiempos de hambre y penuria en toda la sociedad española, que ellas sintieron más agudamente. Todo esto puso a prueba la solidez de su vida espiritual. Y demostraron que estaban cimentadas sobre “la roca firme” de Cristo; afrontaron con entereza –incluso con ilusión y alegría- las dificultades que toda implantación de una nueva comunidad lleva consigo; conscientes de ser “pobres con Cristo pobre”, como se desprende de las crónicas. Pero, al mismo tiempo, todo esto les hizo ver que desligada la comunidad de todo contacto con la Orden Cisterciense, en aquella época la Congregación cisterciense de la Trapa, pocas probabilidades de éxito podía tener; máxime dadas las condiciones históricas y de sometimiento jurisdiccional exclusivo al Obispo diocesano en que se encontraban todas las monjas en España. Por eso, ya desde los inicios las monjas de Tiñosillos buscaron el contacto y la afiliación a la Orden Cisterciense. Don Ciriaco María Sancha estaba abierto a ello.

En abril de 1887 Dom Cándido Albalat y Puigcerver, abad de Santa María del Desierto, fue llamado para dirigir los Ejercicios Espirituales a la comunidad. Al finalizarlos, se planteó por primera vez el tema de la afiliación de la comunidad de Tiñosillos a la entonces Congregación Cisterciense de la Trapa, que en 1892 se uniría a otras dos Congregaciones trapenses existentes; formarían la actual Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia. Con este fin Dom Cándido fue a visitar a don Ciriaco María a Madrid. Esta propuesta, aceptada tanto por Sancha como por los Superiores de la Orden, no lo fue, sin embargo, por parte de la Nunciatura ni por el nuevo obispo de Ávila, don Ramón Fernández Piérola, que «con una visión diferente no permitió ni que las hermanas de Tiñosillos fueran a Francia ni que las de Francia vinieran a España», expresando en varias de sus cartas que el monasterio estaba sujeto “exclusivamente a la jurisdicción del obispo diocesano”. Como dice el autor de El Alcázar del Silencio, primera historia de la comunidad de Tiñosillos :

«había sonado la hora en el reloj de la Providencia, pero los relojes humanos o estaban muy atrasados o estaban descompuestos y el desacuerdo retrasó la incorporación muchos años».

Sancha fue sumamente respetuoso con esta decisión. Con todo, la negativa no fue capaz de desanimar a las hermanas, que siguieron insistiendo en su deseo. Su tenacidad consiguió que en 1911 se les concediera la afiliación espiritual y en 1923 la incorporación canónica, como más adelante se verá.

Otra de las dificultades por la que atravesó el monasterio fue la grave enfermedad de la madre Luisa en marzo de 1888. Fue una gran prueba que afectó profundamente a las hermanas, muy unidas en torno a ella. Siguió el desconcierto. La sucesión no fue fácil. El nuevo obispo recondujo la situación devolviendo la paz y la unidad a la comunidad.

A esto se añadieron nuevos casos de enfermedad y muerte entre aquel grupo de jóvenes aguerridas y generosas. La vida se hacía imposible en tales condiciones y, por otra parte, las vocaciones no cesaban de afluir en gran número. Sorprende que estas circunstancias no fueran capaces de desanimar a las jóvenes. A todo esto y a la pobreza de la comunidad, se unía la falta de atención espiritual, debido a la inestabilidad y ausencia de los capellanes. Hubo días en que las hermanas no pudieron tener Misa, un año “no pudieron celebrar la Misa del Gallo porque el capellán se había marchado a celebrar la Pascua con su madre” o “se pasaban meses enteros sin poder confesarse”. Estas y otras dificultades amenazaron con echar por tierra toda la obra emprendida. Las hermanas se dieron cuenta de que era necesario tomar una decisión. Se plantearon la fusión con otra comunidad cisterciense, el traslado a otro lugar, etc. Pero la Providencia divina velaba por la comunidad y la fue dirigiendo “como un padre acompaña a su hijo mientras dura el camino”.

La fundación de la comunidad cisterciense de San Isidro de Dueñas en 1891 en Palencia, por parte del monasterio francés de Santa María del Desierto, fue una ayuda importante en este período de incertidumbre durante el cual don Ciriaco María no dejó de mantener correspondencia con las abadesas que se sucedieron, pero siempre sumamente respetuoso con la libertad de decisión de las hermanas. El 29 de octubre de 1894 fue elegida como abadesa la madre Justa Larrea Urquijo, mujer de temple extraordinario y de gran dinamismo, que supo dar nuevo impulso a la comunidad y sería la que “introduciría a la comunidad en la tierra prometida” de Alloz.

Ella tuvo un gran contacto con el fundador; a él le consultaba todo y con él se dirigía. Se conserva su correspondencia desde 1898 hasta el año 1905. Transcribo algunos párrafos de algunas de sus cartas. El día 16 de octubre de 1899 el cardenal Sancha le escribe :

“Yo no quisiera que se supiera que V. me consultaba nada, y menos que la dirigía. Porque pudiera ser causa de algunos recelos y sentimientos de la flaqueza humana, lo cual hay que evitar por caridad”.

El 17 de febrero de 1905 dice lo siguiente :

“Desde dos años a esta parte me siento muy delicado de salud y muy débil de fuerzas, a causa del reuma que me invadió cuando estuve ahí para cuidar de la edificación de ese Monasterio. Recordará V. que pasamos todo un invierno durmiendo entre humedades, trabajando como los jornaleros, tomando frío, nieve y aires muy crudos”.

Y la última carta firmada por Jesús de la Cruz, diácono, se dice que el señor Cardenal se halla bastante enfermo y, por tanto, “imposibilitado para ocuparse de asuntos, aún de su propia Archidiócesis”. Es la última comunicación que se tiene del Cardenal.

Traslado a Alloz (Navarra) e incorporación a la Orden Cisterciense

Providencialmente, gracias a la ayuda de un sacerdote navarro, pariente de una de las hermanas, pudieron trasladarse en 1914 a la antigua “Granja de Alloz”, perteneciente en otros tiempos al monasterio cisterciense de Iranzu (entre Estella y Pamplona). Situada en un hermoso y fértil valle bañado de luz. Las hermanas siguieron solas su camino. En 1922, gracias al apoyo de los monjes de San Isidro de Dueñas, fueron finalmente incorporadas canónicamente a la Orden Cisterciense. Don Ciriaco María Sancha había cumplido su misión: entregar a la Iglesia, en la Orden del Cister, el don que había recibido. Pero él ya no conoció esto, había muerto en 1909.

No obstante, la semilla plantada en Tiñosillos fructificó abundantemente en Alloz. Los primeros años fueron también difíciles por la necesidad de ir adaptando y renovando los viejos edificios, y organizando su economía. Las vocaciones, lo mismo que en Tiñosillos, empezaron a afluir. En el año 1950 se pudo construir la iglesia. En 1961 el nuevo monasterio. En la década de los 70 la comunidad llegó a estar formada por 82 hermanas. Ante este crecimiento, se fundó en 1977 el monasterio de la Palma en Cartagena y en 1989 el de Armenteira en Pontevedra. Actualmente la comunidad la formamos 30 hermanas.

Hoy, después de 125 años, el monasterio de Tiñosillos, en medio de sus ruinas, conserva enhiesta la parte frontal de la fachada y la espadaña, como un testigo mudo de la elección de Dios y su entrañable misericordia.

Nosotras, comunidad de Alloz, nos unimos al gozo de toda la Iglesia en la beatificación de este hombre de Dios que fue el cardenal Sancha, a quien nosotras debemos nuestra existencia. “Que en todo sea Dios glorificado”. Es la máxima de San Benito, a quien él tanto admiraba.

M. Rosa Santos Sánchez
Abadesa del Monasterio Cisterciense de San José. Alloz (Navarra)